LA MUERTE DEL RUISEÑOR Perdió su aroma la rosa, perdió su brillo el lucero, seca se quedó la fuente y en silencio el cancionero. ¡Qué doliente y compungido quedó el madroño y el cedro, donde posabas tus alas y trinabas satisfecho! Ya la luna no te busca para acompañar tu empeño, de esconderte entre las ramas del sauce y del pino viejo. El sol no manda sus rayos para calentar tu cuerpo, ni te arrullan las palomas ni te cantan los vencejos. Ya no vienes a mis manos a buscar entre mis dedos, luciérnagas encendidas para guiarte en tu vuelo. Y al pie de la gran encina, ya te arropan los jilgueros, con una manta de estrellas entre lamentos de duelo. R.Bersabé (Agosto 2007) |
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sábado, 19 de enero de 2008
LA MUERTE DEL RUISEÑOR
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- Rosario Bersabé Montes
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